Trilce
«Fue acogido con indiferencia o con hostilidad», expresó José Bergamín en el prólogo a la segunda edición de este libro, al referirse a la primera, de 1922. Y se entienden tales reacciones. Sin fundar movimientos ni lanzar manifiestos, sin someterse a ningún ismo, sin elaborar poéticas explícitas ni echar mano a recursos sorprendentes, Vallejo, ese vanguardista atípico capaz de escribir sonetos, estaba afirmando con Trilce –desde la cárcel en que padecía injusto encierro– uno de los grandes pilares de la vanguardia latinoamericana. Poemario que contiene varios estilos, desde el más sencillo y coloquial hasta el más hermético, que genera interpretaciones divergentes y hasta contradictorias, lo nuevo en él es su sensibilidad y esa estética a la vez resentida y desafiante que reivindica lo pobre y lo inerme, incluso desde su original ortografía. A la luz de tanta audacia, se entiende también que al prologar la primera edición de este poemario Antenor Orrego haya expresado: «César Vallejo está destripando los muñecos de la retórica. Los ha destripado ya».