Las mujeres que no amaban a los hombres
Este conjunto de diez relatos alcanza, con austeridad y ponderación, una notable unicidad estilística. La escritura, que no deja de entenderse con matizaciones muy convincentes, fluye sin ademanes afectados, con confiada llaneza, sin mostrar esa molesta autoconciencia del estilo, tan propia en ocasiones de los discursos que son vacilantes y/o que no poseen madurez. La facturación del tipo de escritura que este libro defiende es hija de un acierto notable: saber construir, desde una voz de elegante sobriedad y que pone en práctica cierto extrañamiento, un mundo propio con personajes propios, que se han reinventado enérgicos (a sí mismos y a quienes se articulan con ellos) en busca del sentido que tiene ejercer la libertad de dibujar una y otra vez sus identidades a toda costa, negociar sus emociones con riqueza de gestos, explorar sin miedo el paisaje interior, y hacer de la existencia cotidiana un territorio para la aventura del conocimiento personal y del Otro.