Este tren se llama deseo
A medio camino entre la nada y el fin del mundo hay una estación. Es una estación de paso. Un paradero donde el tren, lejos de detenerse, lanza su carga en movimiento; y también a sus pasajeros. Allí, en esa estación de tránsito, el Deseo no se detiene. No aminora, ni siquiera suena el silbato. Los seres que se han aposentado a ambos lados de las vías férreas saben esta condición y la soportan. No tienen memoria a la que aferrarse. No extrañan la vida pasada, la que pudo ser lejos de estos rieles, la vida que en sueños ostenta ese añejo glamour de los tranvías.
Este tren se llama Deseo es una aliteración dramática que firma Iran Capote y que transita elegante sobre el escenario. Los fantasmas creados por Tennessee Williams se dan cita en este paraje marginal, siempre a punto del derrumbe. Y la tragedia apuntalada adquiere fetidez. Tiene peste a carne podrida, colonia y leche materna, a cigarro y semen; tiene el tufo de una obsesión. Pero ello no exime la generosidad de un discurso irreverente que alterna el dolor de las ansías y la violencia de sus frustraciones. Acaso en esta rabiosa oratoria esté su mejor prodigio y se prolongue –ad vitam- esa tozudez de confiar en la benevolencia de los extraños.